Viernes 30 de mayo de 2025

La trampa del asfalto: una ruta nacional en Buenos Aires se convirtió en una pesadilla

Mientras el Gobierno nacional promete inversiones millonarias en infraestructura, una de las rutas más transitadas de la provincia de Buenos Aires se desmorona día tras día. Camioneros, productores y vecinos denuncian el abandono, pero la respuesta oficial brilla por su ausencia.

Martes 27 de mayo de 2025

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En la Argentina de los recortes y la motosierra, la promesa de infraestructura federal se derrite como el asfalto bajo el sol. Aunque el Gobierno Nacional asegura que hay obras “en marcha” y una “reingeniería” de la inversión pública, la realidad del pavimento cuenta otra historia. Una historia que se vive —y se sufre— en el corazón productivo del país.

La provincia de Buenos Aires, columna vertebral del sistema agroexportador argentino, es también escenario de uno de los mayores abandonos viales de la actualidad. A lo largo de esta arteria nacional —estratégica para conectar zonas productivas con puertos clave— se suceden los baches, el deterioro estructural de la calzada, la falta de señalización y la nula presencia del Estado.

Productores rurales, transportistas y habitantes de pueblos atravesados por esta ruta denuncian a diario el creciente número de accidentes, algunos fatales. El tramo más crítico se extiende entre San Nicolás y Pergamino, donde las lluvias, el tráfico pesado y la desidia oficial transformaron lo que alguna vez fue un corredor seguro en una trampa mortal.

“Pasan miles de camiones por semana, cargados de granos y maquinaria. Pero hace años que no vemos una máquina de Vialidad. Es como si no existiéramos”, cuenta Enrique, un chacarero de El Socorro. Los informes técnicos confirman su testimonio: según datos del Ministerio de Obras Públicas y Vialidad Nacional, el 29% de las rutas nacionales relevadas están en mal estado. En Buenos Aires, ese porcentaje es aún mayor.

La excusa oficial —la “herencia” recibida, los contratos paralizados, el ajuste fiscal— no alcanza a justificar el deterioro progresivo. El Estado mira para otro lado mientras las rutas se quiebran, literal y metafóricamente. En medio del relato de la “eficiencia” y el “orden”, el asfalto estalla bajo las ruedas de una economía que no puede permitirse ni el lujo de detenerse ni el riesgo de avanzar por caminos tan peligrosos.

La ruta en cuestión no es una más. Une provincias, conecta economías regionales y mueve millones en producción. Pero para el gobierno nacional, parece no tener la prioridad suficiente como para recibir la inversión que necesita. En cambio, se privilegian discursos abstractos sobre federalismo, mientras el abandono recorre el interior profundo con forma de cráter.

La peor ruta del país —según denuncias y relevamientos recientes— no está en la montaña ni en la selva. Está en la llanura bonaerense. Es un símbolo del ajuste, pero también una advertencia: sin caminos, no hay desarrollo. Y sin Estado, no hay caminos.